Viaje a Bolivia, quinta entrega. La lista de comunidades visitadas crecía y nuestros cuadernos, donde apuntábamos todas las necesidades de las comunidades también. Quizás por ello agredecimos llegar a Totoral donde, gracias a la donación de los padrinos, los cambios eran visibles.
A la comunidad de Totoral llegamos al anochecer. El horario no sería un dato significativo si no fuese porque unas semanas antes de nuestra visita, recorrer los caminos que conducen a la comunidad nos hubiese sido imposible sin la iluminación la iluminación instalada pocos días antes. De hecho, toda la visita giró en torno a una comodidad nueva que los locales, en su mayoría guaraníes, presumían y cuidaban: la luz. Como era habitual, nos recibieron con un jugo blanco y espeso elaborado a base de maíz.
Todos estábamos sentados alrededor de una farola como las de ciudad, quizás un poco más pequeña. Sólo había una, por lo que el ambiente estaba impregnado de una luz tenue, que sólo alcanzaba para distinguir el movimiento de los niños mientras bailaban la tradicional chacarera al ritmo que marcaba el sonido procedente de viejo radio casette. Los vecinos nos daban de forma constante las gracias por ayudarles y nos pedían que trasladásemos su agradecimiento a los padrinos que, desde España, hacían posibles cambios que esperaban desde hace años.
En esta comunidad también se amplió un embalse gracias a la subvención que recibimos por parte de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID). Tras la última visita, esta comunidad supuso la esperanza, el ejemplo de cómo, con tesón y ayuda, podemos mejorar la calidad de vida de muchas personas.
Si aún no eres padrino y quieres apadrinar un niño, puedes hacerlo en nuestra página web
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